A veces, por lograr que tu deseo
tenga diamantes o espirales,
percibo en mí fabulosos músculos
como guirnaldas de bronce terrible,
y que poseo en la piel cañones templados,
metralla ardiente para la cópula,
y que sientes tu dureza corpórea de siglos
convertida en hoja, dulce líquido resbalando.
A veces creo estallar en melancolía,
removiendo las cifras solemnes
entre las cosas rotas de los huracanes.
Hago de mí un crepúsculo,
hoguera alumbrada por lo falso.
Siento el martirio de quienes fueron
y sus voces, ahora, crepitan como buriles.
Pero sólo amarte es la perfección de un día,
mujer inventada, recuerdo casi invertebrado
en las páginas blancas de Azúa,
hace ya mucho tiempo, cuando mi alma
era un polvorín en la casa del pirómano.
viernes, 12 de febrero de 2010
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