Metástasis gongorina en tónica nona,
vaya sobrenombre, y porque no metemos
la uña en el iris del título, ni ácido
en la herida, vanidad prolongada.
Pero soy, sabedlo, hombre de cultura
antes que naturaleza boba, quién lo diría
al verme sin oirme, aprendedlo bien,
soy culterano, a Góngora me debo,
don Luis me excusa y el Argote
(de rima fácilmente apetecible)
de mí cuida, y por ello tal interludio
es metástasis gongorina
a la novena Finley fresquita que me soplo.
Todo tiene un sentido: la tinta del calamar,
la luz del día, los movimientos del alma,
las cilindradas del corazón, el espesor
de las nubes, la palabra expuesta,
el abismo filosofando, el beso vampiro.
Ir por un lado, el camino limpio,
Ir por el otro, la selva confusa,
tirar por la vía de en medio,
pura montaña,
o tomar las de Villadiego,
pura debilidad (tan antropoide),
o perderse por los cerros de Úbeda
como la lechera del cuento,
o estarse entre Pinto y Valdemoro
con los hombros encogidos
y la cara de un gilipollas zangolotino,
es siempre en todo caso
opción de cada uno:
nunca sabemos qué nos espera
al dar el primer paso,
ni siquiera
si habrá un segundo,
o si en la nada habrá alguien,
o si en el ser habrá vacío.
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